Vamos a comenzar una nueva sección en la que contaremos terribles historias de la realidad, acontecimientos dramáticos que le ocurrieron en el pasado a alguno de los lechones que frecuentan el blog. Aunque a veces parezcan increíbles, siempre serán hechos verídicos, anécdotas que alguna vez me hayan contado. Eso sí, trataremos de mantener en el anonimato a los protagonistas, aunque dejaremos la posibilidad de que los lectores comenten y sugieran quién pudo ser el sujeto de la narración.
Hoy: El día en que me pillaron en bragas
Hace muchos años, en pleno apogeo de los grandes botellones de la Plaza de San Pedro, un lechón se dirigía felizmente hacia allí, para disfrutar con sus amigos de una hermosa velada de güijqui de garrafa y otras sustancias. Caminaba relajadamente cuando, a mitad de trayecto, notó un cierto movimiento en sus tripas que le puso en alerta. No es nada -pensó- seguro que se me pasa en un rato. Pero se equivocaba. Pocos pasos más adelante, sintió que el movimiento crecía y crecía, hasta convertirse en un apretón en toda regla.
Alarmado por el grave riesgo de fuga, decidió cambiar de rumbo y enfilar hacia casa de su abuela, pues vivía cerca de donde se encontraba. Primero manteniendo la calma, poco a poco aligerando el paso y finalmente en carrera, apretando el culo desesperadamente. Tú puedes hacerlo -se animaba a sí mismo- venga, que está abierto el portal (qué suerte), vamos, que sólo son dos pisos en el ascensor, ya está, ya estamos en la puerta, lo vamos a conseguir...
Pero justo cuando estaba tocando el timbre, un peo traicionero se escapó, arrastrando a su paso una cierta cantidad de caquita. Sin siquiera saludar a su abuela, corrió hacia el baño con la esperanza de contener la fuga y minimizar daños. Fue en vano: un breve análisis sobre el terreno le mostró que los efectos eran irreversibles y los gayumbos irrecuperables.
Al salir del baño, le escrutaban los ojos de su abuela y su tía -que también vivía allí-. No pudiendo mentirles, contó su historia, apesadumbrado por el abrupto final de su plan de viernes noche. Bueno, a mí se me ocurre una solución -comentó su tía- ¿y si te presto unas braguitas?
Horas más tarde, nuestro lechón se servía su sexto Vat69 con cocacola, asombrado aún del confort de unas bragas de señora. Con los huevos bien sujetos y calentitos, disfrutaba de la suave textura de la prenda íntima y apuraba la noche olvidándose poco a poco de su reciente experiencia escatológica.
Ya en casa y con un pedo considerable, se metió en la cama para dormir plácidamente. En bragas, claro.
-Niña, ven aquí un momentito -llamaba nervioso el padre del lechón a su esposa- asómate al cuarto que me parece que tu hijo está en bragas.
El padre de la criatura no daba crédito. Había entrado a despertar al lechón, para avisarle de que era la hora de comer, y se encontraba con una imagen que ya nunca se borraría de su retina.
EPÍLOGO
Te voy a decir la verdad. Yo soy un hombre sencillo y de una generación distinta a la vuestra. Así que lo primero que pensé es que cómo era posible que nunca me hubiera dado cuenta de que mi hijo era gay. Como esto no me lo podía creer, preferí pensar que había ligado con alguna y se había equivocado de ropa interior al vestirse. Pero claro, eran unas bragas de algodón, grandes y color carne. Joder, creo que prefería la otra alternativa.
lunes, 27 de octubre de 2008
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7 comentarios:
Muy buena historia. Este tipo de humor surrealista encaja bastante bien con Emilín Amaya. No sé si él será el protagonista del relato pero desde luego le viene que ni pintado.
Ay, ayy, ayyy, aaayyyyyy.... Recórcholis, que diría Zipi, Zape y Don Pantunflo.
Qué historia más plena de significado y, a la vez, amenizante para empezar la mañana, y la semana, con una risa de esas que explotan ¿Quién será ese lechón del que no había oido esa historia? Para Reyes quiero unas braguitas coló carne, que no soy gay, pero sí sanamente pervertido.
No seré yo quien desvele la identidad del susodicho. Pero puedo asegurar que todo lo narrado es real como la vida misma.
Me parto. Historieta digna del Emilín y de su padre. ¿No?
Yo tengo también anécdotas escatológicas varias... Quizás la mejor fue en el ensayo general de la primera comunión. Fue tragarme el cuerpo de cristo por primera vez e irme de vareta ipso facto.
Ese es el Emilín, seguro.
A mí me pusieron una vez, en 1º de EGB, un supositorio asqueroso y, como me molestaba tanto, se ve que, involuntariamente, se salió un poquito y como estaba derretido, os podeis imaginar cómo se puso la falda de manzanitas verdes que llevaba...
En fin...
Confesión de primer orden. Al lío:
Yo, cuando era chinorri y estaba en el colegio, me quedaba a comer allí. Como era muy golfete estaba todo el día escapándome de aquel comedor, el averno gastronómico total. El mundo exterior era más guapo. En una de éstas descubrí que en la casa que hacía pared con pared con el colegio había un naranjo petao, y como ese día me había escaqueao de comer, pues tenía un jambre que ni el perrunciego. Me salté al patio de la casa y me comí cuatro naranjotas Güashi del tamaño de un balón de Nivea. A la hora mestaba cagandico como los patos de Torrubia. Me pilló el retortijón en la calle, y faltando ya a clase. Como no aguantaba me paré un taxi, y :
-rápido, rápido, a mi cassaaaaaa -¿y eso dónde queda?-
-¿ummm?, pues yo que sé, en mi casa"
Vaya, que tuve que guiar al taxista, y como nos equivocamos porque no sabía muy bien cómo llegar pues allí mismo se me escapó el emplasto al estilo del lechón de la entrada. Lo cierto es que olía mu mal, y el taxista no paraba de sacar la cabeza por la ventanilla, pero ya desfogao pude concentrarme y saber por dónde ir ¡¡Pobre taxista!!
Lo malo fue justificar qué hacía yo en la calle y no en casa. Yo estaba en 5º de EGB. Mamoneo
Moraleja: no comer más de una naranja Güashi con el estómago vacío y aprenderse requetebien el camino a casa tengas la edad que tengas
Joer, no me imaginaba yo que íbamos a encontrarnos con tal cantidad de cagoncetes.
Y sé de buena tinta que alguno y alguna más han tenido recientemente fugas fecales. Pero seré discreto y me callaré.
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